Anhelando Lo Que No Tenemos
Este pajarito cantaba a Dios cada
mañana lleno de alegría. Se mesía entre el viento y cantaba todos los días con
gran armonía. Un día vío a lo lejos del cielo un gran águila que desplazó sus
grandes alas y emprendía su vuelo desde la cima de la montaña.
Al ver esa atracción, el pajarito dijo:
- Oh Dios, ¿por qué no me diste alas como
el águila? Mira como luce desde aquí abajo. Dame oh Dios unas grandes alas como
el águila.
Fue tanto y tanto su pedir que
entristeció, porque no podía entender de que Dios no le podía cumplir lo que
deseaba. El pajarito ya no cantaba, más bien, se entristecía por no tener sus
grandes alas como el águila. Un día pidío ese deseo a una estrella fugaz. Y Así
fue... el pajarito voló a la cima de la montaña, y estando arriba, de repente,
sus alas se expandieron al tamaño de las del águila; ahora estaba feliz.
Se lanzó al vacío del valle, pero su
pequeñito cuerpo no pudo soportar el peso de sus nuevas alas. No tenía la
fuerza, ni física para poder manejarlas. El pajarito caía y caía sin control.
De manera atroz cayó al piso golpeandose cruelmente contra su pecho haciendo
que perdiera su voz. Ahí entendío que había sido creado para cantar y con sus
pequeñas alas danzar en el vaivén del viento.
“Por ver los talentos de los demás,
perdemos el valor de los nuestros”. (Iris Figueroa)
- Una historia de Iris M. Figueroa
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¿Cuántas veces has intentado hacer
algo, y al final te diste cuenta eso no era algo como para ti?
Yo, personalmente, soy un admirador
de la carpintería. Me gusta trabajar con madera, y me encantaría poder
construir cosas de madera; mesas, sillas, muebles, hasta paredes para crear
nuevos cuartos o un construir una casa. Pero, me he dado cuenta de que, aunque
ponga los clavos y corte la madera de acuerdo a las instrucciones o como otros
lo hacen, nunca me sale tan perfecto como debería ser. Lo mismo me pasa cuando
trato de arreglar algo en la casa o el auto. Uno piensa que lo está haciendo
bien, pero no sale bien. Luego, viene otra persona y hace lo mismo que uno, y
todo sale perfecto. Verdaderamente que no entiendo la física, pero si a Dios.
Varios años atrás comencé a escribir
un libro titulado “Con alas para volar”, el cual está en los planes para salir
este año. Mientras escribía el libro, el Señor me mostró varias cosas escritas
en la biblia que me podían dar luz. Y esto aprendí; dice la palabra de Dios en
el libro de Éxodo 31:1-5 “Habló Jehová a Moisés, diciendo: Mira, yo he
llamado por nombre a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá; y
lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia
y en todo arte, para inventar diseños, para trabajar en oro, en plata y en
bronce, y en artificio de piedras para engastarlas, y en artificio de madera;
para trabajar en toda clase de labor”. Esto me enseña que Dios es quien da
los talentos para hacer las cosas. Imaginasen ustedes si todos fuéramos
electricistas, ¿Quién nos ayuda con la plumería?
Tenemos que ser agradecido con lo
que Dios nos ha dado; con los talentos y atributos que el Señor nos haya dado.
Hay gente que les apasiona el cantar, pero cuando cantan hacen que los que
escuchen sufran. El que le guste cantar no los hace gran cantante. Si todos
fueran cantantes, ¿Quién escribiría las canciones? Al igual que hay gente que
les gusta construir, pero cuando construyen, en verdad destruyen. Hay quienes
desean tener ojos azules, pero Dios se los dio marrón. Hay quienes desean ser
altos, pero Dios los hizo bajito. Dios hace como quiere, con quien quiere, y
donde quiere.
Tenemos que aprender a aceptar las
cosas que Dios nos dio. Cada individuo es diferente. Cada uno tiene algo
especial de parte de Dios. No pretendamos ser lo que no somos. Seamos felices
con lo que Dios nos dio. Te aseguro que cuando aprendas a admirar los talentos
que Dios les ha dado a otros, serás más feliz con los que Dios te ha dado.
Romanos 12:3 Digo,
pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no
tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con
cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.
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