La Montaña Rusa
Estando de vacaciones en Florida, fui con mi esposa y
mis hijos, junto a mi hermano, su esposa y sus hijas, a un parque de atracción.
Dentro de ese parque se encontraba, lo que yo le puedo llamar, una imitación
pequeña de lo que es “la montaña rusa” (roller coaster).
Mi esposa no es muy fanática de la montaña rusa, ella
le tiene terror a la altura, y mucho más cuando el asiento comienza a bajar.
Mucha gente detesta esa atracción por la misma razón. Pero, para mi hermano
Carlos, mientras más alta sea la montaña, mejor es. Por cuanto la machina que
vimos era pequeña en altura y anchura, mi hermano le dijo a mi esposa que podía
montarse en esa porque era pequeña, y no tan alta.
Mi esposa vio la montaña,
para su vista se veía un poco alta, pero por las palabras de mi hermano, la
comenzó a ver pequeña. Yo prefiero las grandes, pero quería que mi esposa se
entretuviera, y para compartir juntos decidí montarme con ella y mis hijos.
Tan pronto comenzamos la atracción, y el asiento
comenzó a subir aquel pequeño elevado, yo diría de unos 50 pies, para mi esposa
se sentía que ya iba por 100 pies. Las bajadas de aquella pequeña montaña eran
tan pequeñas como de 20 pies, pero no así para los ojos de mi esposa, quien con
cada vez que bajamos la montaña decía, después de cada grito, “este Carlos,
deja que lo coja”, solo por decirlo, no le hizo nada.
Aquello, para nosotros, fue una gran diversión, pero
no para mi esposa, por cuanto se montó esperando una cosa, y al montarse vio
que todo era diferente a lo que ella había visualizado.
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¿Cuántas veces has tomado decisiones esperando algo
positivo, y el final es completamente diferente a lo que esperabas?
Todo ser humano toma decisiones constantemente.
Algunas decisiones son basadas a experiencias, y otras por algún consejo de
alguien. Algunas son sencillas, y otras son complicadas. Algunas son en manera
de bromas, y otras son serias. Pero, todas las decisiones son tomadas esperando
un resultado al final.
La gente toma la decisión de casarse. Piensan que
quieren pasar el resto de su vida con la persona que aman al momento, pero
dentro del noviazgo, su corazón no les permite ver que la persona con quien se
van a casar tiene defectos que pueden ser de alto riesgo para su matrimonio. Su
mente le dice que no, pero su corazón le dice que sí. Piden opiniones, escuchan
cosas positivas y negativas, pero ellos no le hacen caso a lo que ven, sino, a
lo que escuchan. Y es ahí donde vienen los fracasos.
De la misma forma tomamos decisiones para mudarnos a
otro país o estado, sin analizar lo conveniente o no. Y otras muchas
decisiones…
Una de las decisiones más difícil que se le hace a la
gente es la decisión de entregarle el corazón al Señor. Sé de varias personas
que me han dicho “yo no me convierto al Señor porque no quiero fallarle y luego
apartarme”, puesto que ellos reconocen que el Señor no es un juego, sino algo
serio y verdadero. Esa gente piensa así porque han visto a muchos llegar a los
caminos del Señor y luego se apartan. Pero no prueban por su propia cuenta para
ver que los que se apartan es porque no disfrutaron de ese amor y de las
bendiciones que recibían de parte del Señor. Hasta el día de hoy, yo nunca he
escuchado a alguien decir “yo no me quiero ir al mundo porque tengo miedo de
fallarle al enemigo”. Si no pruebas al Señor por tu propia cuenta, no podrás
tomar la decisión de si te gusta o no.
La montaña rusa sube y baja. Algunas son altas, y
otras bajitas, pero con una experiencia única para quien se monta. Pero si no
te montas no podrás saber cuál será tu experiencia, si te gusta o no, o si te
montarías otra vez, o no. Así es en el Señor. Las pruebas son grandes y
pequeñas, unas fáciles de pasar y otras difíciles, las cuales se pueden pasar
con la ayuda del Espíritu Santo. Pero no podrás tener grandes experiencias en
el Señor si no tomas la decisión de probarlo.
Dios envió a su hijo para darnos salvación y vida
eterna. Por lo tanto, si no decides estar en Cristo, no podrás disfrutar de esa
vida eterna en el paraíso celestial.
Juan 3:16 Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en
él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.
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